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MUERTA POR DENTRO, PERO DE PIE, COMO UN ARBOL

lunes, 12 de diciembre de 2011

Muerte!!!



Hay pocas certezas en la vida y una de ellas es que, tarde o temprano, la muerte hará su aparición triunfal. Llegado el momento, nadie podrá evitarla, por más esfuerzos que uno realice: lo único que se encuentra en nuestras manos es la posibilidad de no tentarla, de no invitarla a venir antes de tiempo.

Es que si hay algo que hay que reconocerle a la muerte, es su sentido democrático. La muerte no discrimina y nos trata a todos, en última instancia, por igual. No importa la raza, la religión, el género, la clase social… ni siquiera importa la edad. Por eso mismo la muerte es injusta, ya que no reconoce tiempos ni valores humanos. Uno se indigna y se horroriza con ciertas muertes, pero también aprende a aceptar con resignación otras.


Claro que el carácter universal de la muerte no hace que la vida pierda sentido. Todos sabemos que se trata del final (o de un nuevo principio), pero eso no implica que lo que hayamos hecho a lo largo de nuestra existencia se pierda de pronto, sin dejar rastros. En cierto sentido, los seres humanos somos inmortales, ya que nuestro legado siempre perdura en el planeta: a través de nuestros hijos, de nuestro trabajo, de nuestras obras, de nuestros amigos.

Seremos siempre, al menos, un recuerdo en la mente de alguien. Y eso es algo que la muerte nunca podrá quitarnos.

Cuando la muerte avisa que está próxima a llegar, hay distintas maneras de esperarla. En Poemas del Alma hemos reseñado la respuesta que varios escritores han tenido a este dilema. ¿Luchar hasta el final, aún cuando sea una causa pérdida? ¿Esperar con tranquilidad y disfrutar de los últimos días?

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