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MUERTA POR DENTRO, PERO DE PIE, COMO UN ARBOL

martes, 23 de marzo de 2010

Asimilando la dulce verdad de mis dolores, encuentro tus rasgos inamovibles, conservados casi intactos por el curador más experto de todos; por el pensamiento obsesivo de tenerte conmigo, a todas horas, justo aquí, en el ardor de mis pasiones.


Puedo sobrevivir a cualquier clase de penurias tan sólo con evocar tu voz; esa es mi cura, esa es la esperanza que perdura aunque de mi se vayan los minutos, las horas y los gratos momentos que pudimos haber pasado juntos. Sé bien que el amor no tiene cura, que no hay quien escape a este bendito mal; eterno maleficio, embeleso compartido, desahuciada terquedad.


Si no te hubieras ido tan pronto seguiría acariciando la idea de hundirme en tu cabello, esperando un mordisco tuyo que se hundiera en mi piel adormecida; pues cuando te fuiste me dejaste en ascuas, con el espíritu oprimido, con las ansias de verte a todas horas y en todos mis caminos.

Vislumbrando la silueta de tus senos, quiero palpar las consecuencias últimas del acto amoroso, hasta cumplir la paradoja de ser dos en uno; zarandear el aliento de nuestra mortalidad, hasta que se nos escapen las fuerzas gozosas que nos mantenían en un nudo metafísico; vibrando fusionados en toda su cabalidad.

Tiene tanto que no se de ti; tan sólo unas largas horas, un ocaso de ayeres removidos, unos días que terminan en vigilia. Los instantes en que te extraño se amontonan en una pila enorme, con el último de ellos en la punta de la cima, conservando a la distancia un perfecto equilibrio.
Si la ilusión de vivir de amor es real, si perdura la convicción de que se aprehenderá, ningún sacrificio que se lleve a cabo podrá acabar con su naturaleza, pues el verdadero amor trasciende el apego y lo único realizable en la sensatez de esta fascinación locuaz, es seguir enamorados, siempre hasta el final.

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